Esperanza, paz…

En el decurso del año que culmina y a través de distintas columnas de opinión, distinguidos compatriotas en diversos medios de prensa,  se han explayado sobre los avatares que vive el país, profundizando en temas que son medulares.

A veces la prédica cae en saco roto, a veces es leída y no correspondida, a veces (las menos), el gobierno de turno se aviene a aquella.

Hoy no abundaremos en los temas que nos preocupan y ocupan (simplemente los enunciaremos más adelante). Por eso permítanme en esta ocasión recalar en otros conceptos, más propios de un año que se iniciará. Así déjenme referirme a  la esperanza, esa necesidad intrínseca que tenemos de esperar tiempos mejores, más venturosos, donde prime la hombría de bien.

“La esperanza diferida enferma al corazón” dice la sentencia del Libro de Proverbios.

Es difícil para muchos sobrellevar la idea de algún desencanto cuando se les niega la esperanza.

Se toma como verdad de Perogrullo que la esperanza es esencial para la vida…porque ¿cómo sería creer que las cosas pueden empeorar, esperar el fracaso y anticipar la derrota? Eso es apenas concebible.

Durante los buenos tiempos, quienes se inclinan por el optimismo dicen que la esperanza es indicadora de tiempos aún mejores; en los malos tiempos es consuelo, porque nos sostiene la idea del alivio o del rescate, de una recompensa o por lo menos, de justicia.

La rígida concepción que interpreta la esperanza como debilidad y no como virtud afirma que hay que mantener la compostura y enfrentar la verdad. Pero a su vez la única verdad indiscutible de la condición humana, es que podremos sufrir o no y moriremos, el resto lo creamos nosotros…Sin duda la esperanza es una virtud independientemente de sus resultados; es un valor intrínseco, un fin en sí mismo, aliada del coraje y la imaginación, una actitud positiva llena de posibilidades y aspiraciones.

Esa esperanza vigente que anida en el corazón de los compatriotas, es la que nos debe mantener enhiestos y expectantes por los cambios que se deberían procesar…

Esperanza para que la educación se transforme, que no nos gane la inercia y el desánimo y quede todo como está; esperanza en que la calidad de vida no se erosione, sabedores que la pérdida de seguridad constriñe nuestra libertad. No nos acostumbremos a “festejar” los males menores en materia de seguridad; reivindiquemos nuestros derechos y colaboremos siendo buenos ciudadanos. Esperanza en las reformas estructurales que se deberían hacer…y que debatidas  eternamente, alguna vez puedan concretarse: así la reforma del estado que incluya una gestión profesional de sus servidores, así una diligente y beneficiosa inserción internacional,  así mejorar la infraestructura existente, así e imprescindiblemente una actitud de tolerancia y respeto hacia el otro…que debe de primar como premisa previa a todo relacionamiento humano.

Y que esta esperanza, nos traiga paz. Como la mayoría de los lugares comunes, los que giran en torno a la paz suelen ser olvidados en tiempos de paz; y como la mayoría de los lugares comunes, son profundamente verdaderos.

La paz es la condición necesaria para la educación, las artes, la formación de relaciones humanas. Es cuando se puede crear música, levantar las cosechas, construir viviendas y monumentos. La paz le brinda a la sociedad un tiempo para reflexionar que es cuando la mayoría de las cosas buenas tienen su comienzo.

Debemos aprender a convivir, que no refiere simplemente a una situación de trato frecuente o un hecho físico de proximidades en intercambio. Debemos profundizar dicha convivencia que exige una decisión marcada para lograr un trato sin fricciones, una buena voluntad decidida y firme para evitar el choque a veces involuntario y espontáneo de los reflejos anímicos.

Es de desear que el año que se inicia nos encuentre imbuidos de una predisposición hacia el otro, por lo menos, amistosa; identifiquemos al radicalismo como un enemigo a desterrar e incorporemos la buena fe en nuestros actos, siempre portadora de un haz luminoso en la búsqueda del encuentro.

 

Aníbal Durán

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Esperanza, paz…

En el decurso del año que culmina y a través de distintas columnas de opinión, distinguidos compatriotas en diversos medios de prensa,  se han explayado sobre los avatares que vive el país, profundizando en temas que son medulares.

A veces la prédica cae en saco roto, a veces es leída y no correspondida, a veces (las menos), el gobierno de turno se aviene a aquella.

Hoy no abundaremos en los temas que nos preocupan y ocupan (simplemente los enunciaremos más adelante). Por eso permítanme en esta ocasión recalar en otros conceptos, más propios de un año que se iniciará. Así déjenme referirme a  la esperanza, esa necesidad intrínseca que tenemos de esperar tiempos mejores, más venturosos, donde prime la hombría de bien.

“La esperanza diferida enferma al corazón” dice la sentencia del Libro de Proverbios.

Es difícil para muchos sobrellevar la idea de algún desencanto cuando se les niega la esperanza.

Se toma como verdad de Perogrullo que la esperanza es esencial para la vida…porque ¿cómo sería creer que las cosas pueden empeorar, esperar el fracaso y anticipar la derrota? Eso es apenas concebible.

Durante los buenos tiempos, quienes se inclinan por el optimismo dicen que la esperanza es indicadora de tiempos aún mejores; en los malos tiempos es consuelo, porque nos sostiene la idea del alivio o del rescate, de una recompensa o por lo menos, de justicia.

La rígida concepción que interpreta la esperanza como debilidad y no como virtud afirma que hay que mantener la compostura y enfrentar la verdad. Pero a su vez la única verdad indiscutible de la condición humana, es que podremos sufrir o no y moriremos, el resto lo creamos nosotros…Sin duda la esperanza es una virtud independientemente de sus resultados; es un valor intrínseco, un fin en sí mismo, aliada del coraje y la imaginación, una actitud positiva llena de posibilidades y aspiraciones.

Esa esperanza vigente que anida en el corazón de los compatriotas, es la que nos debe mantener enhiestos y expectantes por los cambios que se deberían procesar…

Esperanza para que la educación se transforme, que no nos gane la inercia y el desánimo y quede todo como está; esperanza en que la calidad de vida no se erosione, sabedores que la pérdida de seguridad constriñe nuestra libertad. No nos acostumbremos a “festejar” los males menores en materia de seguridad; reivindiquemos nuestros derechos y colaboremos siendo buenos ciudadanos. Esperanza en las reformas estructurales que se deberían hacer…y que debatidas  eternamente, alguna vez puedan concretarse: así la reforma del estado que incluya una gestión profesional de sus servidores, así una diligente y beneficiosa inserción internacional,  así mejorar la infraestructura existente, así e imprescindiblemente una actitud de tolerancia y respeto hacia el otro…que debe de primar como premisa previa a todo relacionamiento humano.

Y que esta esperanza, nos traiga paz. Como la mayoría de los lugares comunes, los que giran en torno a la paz suelen ser olvidados en tiempos de paz; y como la mayoría de los lugares comunes, son profundamente verdaderos.

La paz es la condición necesaria para la educación, las artes, la formación de relaciones humanas. Es cuando se puede crear música, levantar las cosechas, construir viviendas y monumentos. La paz le brinda a la sociedad un tiempo para reflexionar que es cuando la mayoría de las cosas buenas tienen su comienzo.

Debemos aprender a convivir, que no refiere simplemente a una situación de trato frecuente o un hecho físico de proximidades en intercambio. Debemos profundizar dicha convivencia que exige una decisión marcada para lograr un trato sin fricciones, una buena voluntad decidida y firme para evitar el choque a veces involuntario y espontáneo de los reflejos anímicos.

Es de desear que el año que se inicia nos encuentre imbuidos de una predisposición hacia el otro, por lo menos, amistosa; identifiquemos al radicalismo como un enemigo a desterrar e incorporemos la buena fe en nuestros actos, siempre portadora de un haz luminoso en la búsqueda del encuentro.

 

Aníbal Durán

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